6/05/2010

capitulo 2 (corregido)

CAPITULO 2



EL HOGAR DE ARTAMÓN MATVEIEV


“¡Ven niña!” –le dice la señora Hamilton a Natalia- “vamos a comprar lo necesario para hacer un buen pastel para agasajar al Zar.”


“¿Vendrá?, y yo ¿lo podré conocer? Dicen que es muy guapo” –los ojos de Natalia Narischkin brillan de excitación; nunca se había mostrado tan entusiasmada desde que había llegado de su lejana Tartaria, cuando su padre la dejó para su educación, a cargo de la esposa del boyardo Artamón Matveiev.


“Tontuela, claro que lo conocerás, toda la casa Matveiev en pleno homenajeará a nuestro Zar” – se coloca el abrigado cuello de zorro, sube la capucha de la misma piel e indica a Natalia que cargue la cesta.


“¡Vamos, vamos apúrense que el Zar llegará a mi casa de un momento a otro” –Artamón se pasea de un ambiente a otro inspeccionando que todo estuviera brillante, limpio y ordenado- “¡Ese cuadro está torcido!” –le llama la atención a una robusta mujer de rostro oliváceo que lo mira con ojos desorbitados. Nunca había visto a su amo tan nervioso; normalmente tranquilo, ahora parecía que estaba dispuesto a repartir latigazos.


- ¡Nada puede fallar!, el emperador me hace el honor justo cuando Nikón cayó en desgracia…, hace rato que no tiene un consejero… ¡Cuánto puedo ayudar!… Con Mary traeremos toda esa cultura que nos es negada… ¡qué diferencia con Europa!…, no sé cómo no se dan cuenta…, todas esas casas de madera que desaparecen en cada incendio dejan a todos a la intemperie…; por suerte, a mi casa, la hicimos de material, un poco caro, pero vale la pena y hasta mi laboratorio tiene piso de ladrillos… y una buena estufa que caldea…


“¡Señor!, llegó un sacerdote” –lo interrumpe un sirviente, se pasa la mano sobre su tupida barba reteniendo sus últimas reflexiones.


“¡Haz que pase!” –ordena.


El monje, de extraordinaria estatura, debe bajar la cabeza al pasar por los dinteles, su espectacular físico impone respeto con su sola presencia.


“Buenas tardes Matveiev, que Dios bendiga tu casa.”


“¡Padre!” -exclama Artamón y corre a su encuentro, se postra y quiere besarle la mano al recién llegado.


“¡Dios te bendiga!, pero yo ya no soy el patriarca, no necesitas arrodillarte ni besar mi mano, ya no tengo los sagrados símbolos de mi antigua jerarquía, ahora soy un simple monje penitente, el monje Nikón y como fui el que más luchó por la pureza de nuestros ritos, soy el que más debe insistir en que ya no merezco tu halagüeño recibimiento.”


“Monseñor, para nosotros, en lo espiritual será siempre nuestro Pope.”


Lo toma del brazo y lo lleva a una sala que hace las veces de oratorio y recibidor.


Durante el camino, Matveyev recuerda los sermones maratónicos de cuatro a cinco horas que los fieles escuchaban de pie, mientras su voz de trueno les aceraba los espíritus a los creyentes. Por su estatura ciclópea, muchos lo creían como el mismo enviado de Dios, como también estaban los “viejos creyentes” que lo denostaban. Se aferraban a las antiguas normas, como la de santiguarse con dos dedos, no con tres, hacer las procesiones siempre en la misma dirección que el sol… Las opiniones encontradas caldearon de tal forma los ánimos, que el Zar, se puso de lado del patriarca Nikón, ordenó la cárcel o el destierro y aún la tortura de los disidentes. Uno de los más importantes fue el protopope Avvakun


“¿Sabe padre que Avvakun fue hecho prisionero? Ha sido deportado a Siberia.”


“Algo he oído, pero como que lo conozco bien, sé que no escarmentará, es demasiado obcecado; se aferra a los errores de cuando se tradujeron las primeras biblias, no acepta las correcciones, que junto a los sabios de Kiev, hicimos de esos errores sobre la traducción anterior de la palabra de Dios” –se santigua tres veces y cambia el tono cuando informa:


“He venido a ver a vuestra señora, ella pidió por mí.”


“¡Oh!, lo siento, salió al mercado, espere aquí, ella no tardará.” -agrega- “Es que el Zar vendrá más tarde a visitarnos, como habrá notado, hoy hay una gran actividad por los preparativos.” –se le queda mirando con nerviosismo.


El monje, captando el gesto, sonríe bonachón y le hace un movimiento con la mano.


“No os preocupéis, yo ya lo perdoné. Cristo nos manda perdonar a los que nos ofenden, además” –vuelve a sonreír- “me hacía falta este contacto con el pueblo, estoy feliz atendiendo las almas de mis parroquianos.”


El en otro tiempo, patriarca de Moscú ingresa a la íntima recámara: un reclinatorio, una serie de bancos adosados a la pared con almohadones, una pequeña mesa con incrustaciones. Sobre ella, un candelabro donde unas bujías de fina estearina daban danzantes luces al acogedor ambiente. En la sencillez de su mobiliario destaca un bello ícono sobre el reclinatorio, creando el clima propicio para la meditación y la oración


El monje mueve la mano abarcando la estancia…


“Aquí estaré muy bien, uno se siente más cerca del Señor” -volvió a santiguarse- “Yo presenté en palacio a Simón Ushakov y desde entonces es el pintor preferido por el zar y los nobles; reconozco su mano en este ícono.”


Ya solo, permanece insensible a la espera, sus labios se mueven en silencioso rezo. Es interrumpido cuando la dueña de casa abre la puerta.


“¡Gracias por esperarme, padre!”


Una arrebolada Hamilton entra seguida por Natalia, que lleva contra su pecho la canasta cargada con los comestibles para la reunión. Toma la manija de la cesta y empuja a Natalia hacia uno de los bancos.


“¡Quédate con el monje!” –le pide, y al sacerdote- “discúlpeme un ratito, dejo la compra y enseguida regreso, puede aprovechar para tomarle la confesión a nuestra querida niña.”


Una Natalia confundida, con los colores subidos a la cara, le hace una leve reverencia y le pregunta:


“¿Padre, quiere un vaso de cerveza o algún zumo de frutas o de…?”


“No, te lo agradezco… Pero, ¡qué grande estás!, eres toda una señorita, pensar que te tuve en mis brazos. Ven, cuéntame: ¿Cómo te tratan? ¿Es cierto que has aprendido el idioma de la señora Hamilton? ¡Oh!, disculpa, te estoy apabullando con preguntas.”


“Yes, i speak english with mrs Mary Hamilton y también me enseña a preparar esos postres ingleses que tanto le gustan a mi tío.”


“¡Qué bien!… y ¿cómo está tu alma?, ¿tienes odios, celos? ¿Te… te tocas tus partes?”


Los colores saltaron a su cara que negó enérgicamente con la cabeza


“¡Noooo!”


“Niña, puedes decirlo con confianza, no saldrá de estas cuatro paredes; sólo yo y Dios lo sabremos y te podré dar la absolución, la bendición y ello te traerá la paz.”


“Bueno…, nunca me he tocado, pero… usted sabe…, en el mercado, y… los criados aquí en casa, a veces me miran de una manera que…, me hacen subir calores y entonces me aprieto contra los muebles, o como ahora, con el cesto de las compras.”


Los menudos pasos de la señora Mary cortó la comunicación; el silencio la recibió cuando ingresó llevando una taza de té humeante. El monje levantó su mano y trazó dos veces la señal de la cruz sobre la cabeza de Natalia y le dio un cariñoso golpe en la mejilla.


“Puedes ir con Dios niña, tus pecados son perdonados.”


Se vuelve a la señora y con una reverencia de la cabeza le agradece la taza de té que toma rozando su mano.


“Estimada señora, estoy a su disposición, dado que estáis tan atareada con el recibimiento de nuestro César, espero no quitarle mucho tiempo.”


“¡Oh!, en absoluto, lo que ocurre que ha sido totalmente inesperado, le pediría que se quede, pero por sus diferencias con el Zar, lo creería inapropiado, por el momento. Quisiera solicitarle que me confesara, si no le importa. Aquí nadie nos molestará.” –se vuelve a la todavía irresuelta Natalia- “¡Ve querida!, y cierra la puerta.”


Al caer la tarde, llega el Zar con la guardia que le precede; todas las luces ya están encendidas dando a la casa de Artamón un aspecto palaciego. El boyardo se adelanta a recibirlo, mientras su esposa y su pupila quedan al pie de la escalinata en humilde espera.


Mientras la conversación entra en derroteros de la política, sobre la guerra inacabada contra los turcos, los ojos de Alejo no se pueden separar del rostro dulce y recatado de Natalia Nariskin: sus grandes ojos negros permanecen mirando su plato, las luminarias sacan destellos en su terso cutis mate, destacando la nobleza de su porte.


“Cambiando de tema” –dijo de pronto el zar- “os debo felicitar, felicitar a ambos por tan agraciada pupila, ignoraba que en mi reino hubiera tal belleza.”


El semblante de la noble tártara se arrebató aún más, poniéndole mayor belleza.


“Sire, ella es nuestro mejor adorno, Dios en su misericordia nos ha querido brindar, a falta de hijos, esta admirable jovencita, que alegra nuestra vejez”. –dijo Mary Hamilton, tocándola con la punta de sus dedos para hacerle levantar el rostro.


“Es la hija de nuestro amigo Kiril Narischkin, como en su condado no tenía posibilidades de adquirir una buena educación, nos ha encargado de que se la proporcionemos aquí en Moscú.” –completó Artamón.


“No sé cómo agradecerles este magnífico té, nunca he tomado uno igual, Mrs. Hamilton debo felicitarla.”


“Majestad, no todo el mérito es mío, Natalia también colaboró en su preparación.”


“¡Pues está decidido!, pasado mañana vendrán ustedes conmigo al teatro; se estrena Orfeo, su autor es un tal Schutz y no hay muchas oportunidades de que vengan a nuestro país compañías de este nivel. Lástima que mañana debo ocuparme de unas malas noticias que me han llegado: los turcos tomaron Kaminieck. ¡Oh!, no os preocupéis, está muy lejos de aquí. Por ahora discurramos sobre noticias más halagüeñas.”


“En estos días he leído un bello relato de Sasvva Grudtsin” –gorjeó Natalia para romper el pesado silencio que siguieron a las palabras del Zar.


Todos sonrieron, las sátiras de ese autor era la comidilla de los boyardos más cultos del reino que esperaban con ansias los nuevos escritos de ese autor.


Las presentaciones teatrales resultan todo un éxito, Alexis con galanura de remozados tiempos, busca ubicarse al lado de Natalia, y en los momentos más álgidos de la obra, le toma la mano con la excusa de confortarla.


Los rumores no tardaron en confirmarse, Artamón Maveiev es nombrado consejero principal del reino, tampoco faltan los gestos ceñudos de, principalmente los antiguos favoritos, casi todos ellos parientes de la fallecida Miloslavski, que ven peligrar sus prerrogativas.


El tener que consultar al inteligente y noble boyardo es motivo suficiente para que la figura del zar se vea frecuentemente en la casa de los Maveiev; y sea agasajado por los dueños, como así por la gentil Natalia. En no pocas oportunidades pueden ambos conversar libre y solitariamente por los discretos pabellones, tanto de la casa boyarda, como en el palacio.


Alejo se siente renovado y cavila seriamente en cambiar de estado:


- Debo tomar una determinación los años pasan… es muy dura la soledad…si llamo a una convocatoria el reino temblará de pies a cabeza… se volverán locas todas las mujeres… y quizás mi María se retuerza en la tumba…mis hijos…Fedor es tan enclenque el pobre…aunque inteligente y culto… pero no le veo salud como para que viva muchos años…e Iván…qué puedo decir de Iván…tiembla como una hoja ante mi vista… se babea y demoró como tres años para aprender a caminar…también siempre enfermo… y mis hijas…yo sé que hay algunas que se morirían por reinar, pero antes las pondré en un convento…enterradas…sin ningún tipo de salida que permitirles que gobiernen.

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