10/28/2009

segundo intento

RECUERDOS

Me cubren con pieles y frazadas, alguien me coloca un madero envuelto con trapos en los pies. La fiebre me nubla la mente.

Recuerdo que estaba galopando por la estepa cerca de Lajta, cuando vi a esa barca que naufragaba. La visión fue más fuerte que yo. Siempre me atrajo todo lo relativo a la náutica, y vi a esos perezosos soldados, que desde la orilla no hacían más que gesticular.

Entonces, bajé del caballo, mientras los arengaba para que me siguieran. Para que siguieran al zar. Me lancé al agua sin esperarlos; llegamos hasta la encallada nave y logramos zafarla sacando a todos y cada uno de los marineros.

Al terminar la ciclópea tarea, recién noté lo helada que estaba el agua.

En este momento, oigo hablar como desde detrás de una puerta, a mi médico; él siempre circunspecto Blumenstrost, pidiendo a todos que me dejen descansar, que ya la sangría me hará efecto.

Caigo en un profundo sopor y me veo, cuando niño, subido a la pequeña carroza que me había regalado mi padre; corría tras él arrastrado por cuatro ponis gritando de placer. Por detrás de mí me perseguía la corte de enanos que tenia para atenderme y protegerme. Recuerdo en especial a Nicolás, con sus patitas chuecas, que con gran audacia solía ponérseme a la par agitando sus bracitos; hasta la malhadada vez que tropezó y la rueda le rompió la rodilla.

Se van y vienen los recuerdos en mi memoria. El corazón se me agita al acordarme de cuando nos obligaron a dejar Moscú con mi madre y mis hermanas. Ellas lloraron todo el viaje; yo, en cambio, estaba exultante; siempre me atrajo lo novedoso, las nuevas caras, los nuevos paisajes, y sobre todo, los nuevos desafíos.

El pueblo era muy pequeño y lejos de Moscú, el zar Fedor era bueno, pero se guiaba por los consejos de mi hermanastra Sofía y de su estúpido novio.

Novio al que pretendía esconder, pero todo el mundo sabía de sus relaciones.

Yo nunca me expliqué cómo el príncipe Basilio podía enamorarse tan perdidamente de una gorda, fofa, cara de zapallo con pelos por todos lados, con sus piernas todas manchadas de granos. Lo sé, porque una vez vi, cuando estaba con Basilio acariciándose en un sofá, sus piernas desnudas sin recato.

Sólo puedo explicármelo por ser mi hermanastra hija del zar Alexis.

10/16/2009

PRIMER INTENTO DE DESARROLLO

El escribir mis memorias no es algo que me guste en particular, pero he notado que a veces no recuerdo hechos acaecidos hace pocos meses, y en otras oportunidades no puedo recordar lo sucesos pasados de mi infancia. El médico alemán que consulté me sugirió que escribiese lo que recordara para tener una guía de los hechos del pasado. Por lo que llevo últimamente siempre conmigo una pluma y los folios necesarios para hacer anotaciones.
Como resultas de mis molestias, la letra debo realizarla lo suficientemente grande para que sea por un lado visible y por otro que el temblor de mi mano no me dificulte la escritura. Aunque, cuando me atacan esos dolores fulgurantes debo dejar todo de lado y buscar un lecho donde caigo como una roca.
Hoy comienzo a anotar mis recuerdos, y siguiendo el consejo lo hago según van llegando a mi mente.
Lo primero es sin duda mi peor y mayor dolor al cual aunque quisiera no puedo olvidar: fue la llegada al palacio de los soldados de la vieja guardia creada por Iván, los strelzi. Sus oficiales y soldados como guardia personal del zar, siempre estaban en palacio, y los conocía a casi todos. Habían sido soliviantados con la escusa de que los parientes de mi madre habían causado la muerte de mi hermanastro el zar Feodor. La locura de la turba arrasó con todos, ignoro aun como logramos salvarnos mi madre y yo. Todo comenzó cuando la duna reunida me eligió a mis diez años zar por sobre mi hermanastro Ivan, el pobre era visiblemente disminuido mental y físicamente. Pero la familia de la primera mujer de mi padre no quería dejar el poder que el advenimiento de Feodor les había prodigado.
Fueron tres días de terror, de él me quedó un persistente temblor de cabeza, y durante muchos días y meses no pude tener un sueño tranquilo. Viví en carne propia la angustia de mi casi abuelo, que vino a auxiliarnos, para su mal. Vi despavorido como lo destrozaban. Lo acuchillaron, lo pisotearon, y lo desmembraron, y pusieron su cabeza en una pica que durante todos esos días quedó expuesta a la vista de todos.
En los días siguientes nos ocultábamos junto a Ivan, mis hermanitas y mi madre en las habitaciones que hacia las veces de sala de oración. Con los iconos sagrados iluminados por los cirios para solicitábamos a la virgen un milagro.

Le dije al matasanos ese, con sus teorías estrafalarias sobre que los pensamientos reprimidos nos enferman. Que no creía en nada de esas pavadas. Él insistió que primero probara y luego opinara.
Me sugirió que mejor comenzara por anotar lo más me acordara de mi infancia y de allí pasara a recordar los otros sucesos de mi vida.
Aquí vuelvo otra vez, ahora recordando mi infancia. ¿Será importante recordar los dichos de Artamon?, él sabía recordar en las charlas de mis cumpleaños, el evento de mi nacimiento. Contaba cómo sonaron las 1600 campanas del Krenlin, cómo aturdían los estallidos de las bombardas a cada hora; también decía que nunca recordaba una torta tan grande, que pesaba más de cien kilos, en una noche, la hicieron los cocineros reales. Relataba que semejaba un palacio con las almenas, columnas, puentes y puertas levadizas.
También recordaba lo feliz y exultante que estaba mi padre, que mandó construir una cuna, que más parecía un trono, en madera dorada a la hoja, con colgantes rojos de terciopelo turco bordado, en hilos de oro, las águilas bicéfalas del escudo del zar.
Según decir de mi madre, que se preocupaba por mi salud, corría tras mi padre en una pequeña carroza como la de él, tirada por cuatro ponis blancos y contaba que mis gritos de satisfacción llenaban la plaza roja, delante, llevando al caballo guía corría incansable uno de los enanos que me habían adjudicado a mi servicio. Detrás los más débiles iban quedando sentados en el camino hasta mi regreso.