5/13/2010

Rasin, El cosaco


CAPITULO 1
RASIN, EL COSACO
Cuando FALTABAN dos horas para el amanecer, un embozado se deslizó sin ser observado fuera de las murallas de la ciudad; corrió hacia el establo donde, ya ensillados, le esperaban dos caballos con sus alforjas llenas de agua y provisiones. Partió a revientacaballos a Moscú, en sus ojos llevaba grabados los terribles acontecimientos en esa luctuosa jornada.
- No puedo no hay caso el dolor me agobia ¿cómo en sólo un par de meses un hombre puede soportar el perder a una hija y su madre? ¡Qué noche fría! fría sin ella extraños sus caricias sus dulces palabras siempre cuando regresaba de mis batallas ¡cómo gozábamos! No lo puedo creer- vestido, con sus botas puestas se agitaba sobre la imperial cama, tomó el abrigo de marta cibelina que había a su lado, se cubrió la cara con él. Lo abrazó junto a su pecho e inspiró su aroma- Aún tiene su perfume sólo lo usó una vez desde que se lo regalé corría el príncipe Antón por nuestra bandera ¡cómo saltaba y aplaudía! Alguien viene, se oyen pasos toscos y apresurados; seguro que viene a interrumpir mi duelo. Nadie me hace caso, pedí que no me molestasen. Si no es por algo realmente grave que se atenga a las consecuencias; lo colgaré de las orejas para escarmiento de todos.
Tres tímidos golpes lo sacan de sus dolorosos pensamientos.
El forcejeo en la puerta le avisa que su guardia trata de cumplir con su orden, pero es avasallado: otros tres recios golpes le hacen abandonar con desgano el lecho, se acomoda su cabello que estaba todo revuelto, y poniendo su cara de mayor enfado apenas muestra su rostro con su desprolija barba de varios días de abandono.
- ¿Qué sucede? ¿A qué se debe que no respeten mi duelo? ¿Quién es el que se atreve contradecirme?
Un tosco campesino pero con botas de montar de fino cuero se cuadra con gran pompa y con voz sonora se presenta:
- Soy el oficial Tarlykof, enviado por el gobernador de Astrakán el príncipe Iván Prozorovski.
Alejo gruñe antes de ordenar al guardia:
- Llévalo a la sala de audiencias y que me espere allí.
Alcanza a oír el tacazo marcial antes de cerrar la puerta.
- Maldición, no me dejan ni respirar. ¡Agua caliente y el barbero! –grita al sirviente que displicentemente descansaba en la sala contigua.
La jofaina llega a los pocos minutos, junto al sirviente viene el barbero que de inmediato lo somete al ritual abandonado desde el fallecimiento de la Zarina.
Nadie osa interrumpir los funestos pensamientos del Zar.
Ya compuesto entra con toda la pompa en la sala de audiencias, el oficial se levanta de un salto, cuadrándose.
- ¿Qué es lo tan grave que traes?
- El cosaco Stefan Razín se ha levantado, el príncipe Iván Prozovovski envió a alertar a los soldados que tenía asentados en Tchernoïar al jefe de los streltsi, Stolnik Livof. –se detuvo dudando el oficial-
- Continúa –lo azuzó Alejo.
- Es que antes que llegara al campamento, se le adelantaron los esbirros del cosaco soliviantando la soldadesca con promesas de riquezas, libertad, igualdad y tierras para todos. Como resultado se alzaron contra los oficiales, e hicieron gran matanza, fui el único que pude salvarme, y corrí a contarle al príncipe, y este me envió a usted.
- ¿Cuánto hace de esto?
- Siete días señor, tuve que salir en plena noche, porque ese mismo día llegaron a Astrakán, vi al príncipe cuando lo defenestraban desde la torre del Kremlin, y a su hijo que lo colgaron de los muros de la ciudad. Toda la zona estaba llena de los partidarios de Razín que van por delante de la partida de cosacos soliviantando al pueblo bajo, a los sirvientes, a los jornaleros, los pequeños comerciantes, también liberan los presos.
El monarca menea la cabeza ante cada noticia
- Vi a mi paso, como eran consumidas por las llamas, Zaritzín, y las otras poblaciones a los largo del Volga. Van proclamando venganza contra los gobernadores explotadores Por eso es que tuve que disfrazarme y desviarme por las riveras del Don para llegar, eso me atrasó.
El Zar se inclina a su ayudante de cámara para ordenarle que le dieran al mensajero albergue y comida y que convocara a todos sus ministros y a la Duna de los principales boyardos que se encuentren en Moscú.
Reunido el ejército dirigido por oficiales extranjeros y compuestos por lo mejor de la nobleza boyarda, con mayor poderío en armas y en organización, fue fácil derrotar a los campesinos, improvisados soldados mal armados.
Aunque Razín huyó pudo ser captura a los pocos días, llevado a Moscú se le aplicó tormento y se lo condenó a morir descuartizado, el duro cosaco en ningún momento pidió misericordia y ni dio muestras de arrepentimiento por su sangriento derrotero de rebelión.
Como liberado de sus negros pensamientos, el Zar Alejo se lo vio más apaciguado, la acción y la lucha le habían imbuido de nuevos ánimos.
Fue así que su consejero, el boyardo que dirigía el ministerio de las embajadas, Artamón Matveyev se animó a llevarle una tarta de manzanas preparada al estilo inglés por su esposa la escocesa Mary Hamilton; e invitarlo a tomar el té, como es costumbre en ese, su país de origen, por la tarde.
El soberano, ya alejado de su pena por las recientes pérdidas, cavila en solitario en su escritorio: - ya es cada vez más lejano el recuerdo de mi bella María yo aun tengo fuerzas para tener un descendiente, fuerte y de buenos huesos, no sé cómo pude tener esos enclenques niños uno lo soplan y se cae el otro ni sabe limpiarse los mocos solo y los otros fueron como hojas arrancadas por el viento nacían y morían sin pena ni gloria todo el imperio se irá al garete debo velar por los éxitos alcanzados o Rusia volverá a caer dependiente de los suecos o los polacos, peor serian los otomanos esos malditos adoradores de Mahoma Dios no lo quiera.
- ¡Señor! –el zar sacado de sus pensamiento dio un respingo- como consecuencia del alzamiento de Razín, el kanato de Crimea ha declarado la guerra, y se han unido con la Turquía otomana.
- Reúne al consejo de los boyardos y que alisten las tropas-
El buen humor de Alejo parecía reavivarse con los inconvenientes, y las luchas, al otro día mando un mensaje a su amigo y consejero Artamón aceptando la invitación a tomar el té.

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